martes, 1 de mayo de 2012

Triatlón de la Pera 2007

Fue el domingo 11 de febrero del 2007. Mierda !!! Ya pasaron 5 años. No me quiero poner filosófico pero me es inevitable reprocharle al tiempo su paso implacable. Qué manera de dar vueltas y vueltas esas agujas. Sin cansarse, ni retrasarse, con el mismo ritmo de siempre. Me hacen acordar a Ricardito. No aminoran la marcha ni se cansan y cada minuto pasa exactamente en un minuto, nunca un retraso, nunca un especie de “tiempo fuera” para ordenarnos, descansar y volver al ruedo mas tranquilos. Será normal que cuanto más viejo me ponga más crezca mi descontento con ese paso firme del reloj. Me preocupa la rigurosidad con la que marcha, llevándose todo por delante, trasformando en un mísero segundo la actualidad en un recuerdo, y a ese recuerdo llevarlo, en un segundo más, 5 años atrás. Disculpen este desvío, me fui por las ramas y Freud se debe estar revolcando en la tumba, así que mejor vuelvo al hilo. Fue el domingo 11 de febrero del 2007 y aunque parezca que fue ayer, no señor, fue hace 5 años. El asado ya estaba listo, pero todos esperábamos a Robin.

El apodo de Robin no viene por el lado del superhéroe de fama borrosa, sino por el lado de su gracia. Vendría a ser un apocope de Robinson, así que quédense en el molde y nada de cargarlo con Batman y esas cosas. Robin fue el tercer integrante de un equipo de Neuquén que venía a probar suerte a la ciudad de Allen. Entiendo que a la suerte hay que despabilarla un poco, presentarle el laburo y ver que está dispuesta a hacer. Estos tres ambulantes no hicieron los deberes y a la suerte ni se le cruzó por la mente la idea de darles una mano, todo lo contrario, y Robin, al ser el último de los tres en salir a la cancha fue el más perjudicado.

Aquel hermoso día de Febrero se celebró la tercera edición del Tria de la Pera. Refunfuñando por madrugar un Domingo, Allen amaneció temprano. Mientras el Sol descansaba sus rayos sobre las aguas tranquilas del río Negro, el renovado y lujoso balneario se iba tiñendo de adrenalina. Titín se vino con dos equipetes de Neuquén, entre ellos el ya presentado Robin. Adrián le puso el pecho a las balas con un equipo de Gral Roca. Y entre los muchos otros equipos que se acercaron a compartir una nueva aventura, estaba el nuestro. Ricardito, Andrés, Carlitos y Yo. Kakambas al ruedo una vez más.


Y así crecí volando y volé tan de prisa que hasta mi propia sombra de vista se perdió. Tarareando a Sabina recorrí la primera vuelta de las cinco programadas para la parte de bici. Aunque pedaleaba con toda mi fuerza no paraba de perder lugares. Unos pibes maleducados, que ni permiso pedían, me pasaban como alambre caído. Apreté los dientes y entré a la tercera vuelta con ganas de recuperar algún puesto. Ya corría la cuarta vuelta y nada de sorpresas. Quinta y última. A cara e´ perro. Dejé el alma y algunos puestos más. Perdón Ricardito, fue lo mejor que pude hacer, le comenté casi tosiendo el corazón por la boca, mientras le entregaba el testimonio. Evidentemente darme la bici a mi no fue una decisión feliz para el equipo, pero tampoco hubiera sido feliz darme el trote y ni que hablar del nado, así que mozzarella y a quedarse en el molde.

Sin dudas nuestra mejor carta cayó en el agua. Ojo que no estoy hablando del pincha bifes, ni siquiera hablo del siete de velo. Estoy hablando de un tres comunacho que ni para puntos sirve. Esa carta fue Andresito, el delfin, Tappata que al lado de un dos y de un ancho falso es un cartón. Como ya les adelanté la bici me eligió a mí, yo vendría a ser el ancho falso y Ricardito, el perrito de copas, se prendió con el trote. Carli, el cuarto integrante, se sacrificó con las brazas.

Andrés salió del agua luego de una maravillosa performance. Para ser un tres de basto estuvo bárbaro. Con el testimonio en la muñeca y lleno de optimismo salte a la bici a recorrer los 25 km de rally. Mi atuendo de ciclista no convenció a nadie y me pasaron todos como parados. No me quedó más remedio que entregar el testimonio a Ricardito y su andar arrasador. Con un excelente tranco salió del parque cerrado y con el mismo excelente tranco cruzo la meta. Fue un relojito de esos que nunca descansan sus agujas. Misión cumplida. No pudimos trepar al podio porque los otros equipos ligaron un poco más, pero si pudimos disfrutar del mejor de los premios. El asado estaba de rechupete. Sin dudas el desempeño de Carlitos en la parrilla, con soporte de chiquito Nelson, fue nuestro as de espadas, lo más destacable de Kakambas y eso que no pudimos comerlo cuando estaba al dente por culpa de Robin.

Hablando de Robin. La última etapa era la de trote y los organizadores buscaban en el horizonte la silueta del último atleta que se negaba a aparecer. La premiación se quedó dormida, los ganadores que esperaban por su trofeo tenían ganas de ir a buscarlo y traerlo en sillita de oro. A nosotros ya nos ardía el bagre y Carli ponía mala cara porque el almuerzo estaba cerca de la cena. Y de pronto todo el mundo enmudeció. A lo lejos, bien lejos, allá donde el horizonte se empieza a deformar y la ilusión se mezcla con la realidad, parecía venir alguien con capa y antifaz.

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