

Eran 7 kilómetros que nos ponían a prueba. Eran 7 kilómetros que nos separaban del grupo de los que corren. El Sol cayó redondo, la competencia largó de noche, el primer tramo fue en subida. Hicimos cumbre en la plaza de las banderas, entonamos Aurora, y bajamos al ritmo de Ben Johnson antes del antidoping. El promedio era generoso y el arco de llegada se acercaba a pasos agigantados. 500 metros finales, 300 metros, disfrazado de flash le pasamos por debajo al reloj. Envuelto en aplausos y abrazado por la música funcional que sonaba en todo Neuquén, me fui para el boulevard de los sueños rotos. Mientras recuperaba el aire se me acercó sigilosamente un parlante. Ni lerdo lo usé para elongar aductores que estaban como piedra hasta que al DJ´s se le antojó poner música retro a todo volumen. Me alejé un poco del bochinche, y las primeras neuronas que recuperaban el aliento percibieron el ritmo frenético de “no la dejes ir, no la dejes ir” . . .
Dani, pasame alguno que ya termina Violeta. Me pasó el de Riqui. Una maravilla de LP. Saqué el vinilo del nylon, le pasé el dedo índice a la púa y lo enganché para que la noche siga de largo . . . Que lo parió !!! Como pasa el tiempo !!! Fueron 12 años de cumpleaños, momentos y algunas tertulias que desfilaron en mi vida . . . y sin embargo al viejo Alcides no le cambió la voz.

Nada grata fue la sorpresa que nos inundó el alma cuando reclamamos el pase al “grupo de los que corren” por haber bajado los 5 minutos el kilómetro, y nos cerraron la puerta en la ñata alegando que la condición necesaria y suficiente era correr 10 km mínimamente. Para festejar el casi sorpazo a tan preciado grupo nos comimos unas hamburguesas tan grandes como un alfajor Tatín. Y no exagero.


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